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Mostrando entradas de enero, 2013

Aplauso

Hace tanto que nuestras manos no aplauden que nuestro cuerpo se ha desacostumbrado. Y sin embargo en estos días cargados en la estratosfera con el peso que tendría el cielo si todos los ángeles fueran obesos, tenemos más razones que nunca para hacerlo. Pienso en ello mientras vamos quitándonos la ropa en silencio, pelándonos poco a poco. Hasta llegar a la raíz. Afuera el patio interior de lucecitas que se hizo famoso por su desayuno continental no deja pasar la sangre que mana de la herida de este país, así que en esta noche reseca tu piel y mi dermatítica cobertura resisten ligeramente el impulso de nuestras manos, esas mismas que decía en el primer verso. Por fin terminamos, y después del esfuerzo de desnudarnos nos miramos en silencio nuclear, también de nuevo. Estamos vivos. Vivos. Aplauso.

No molestar

La energía que descansa en un ventilador de techo, que encendido a su máxima potencia e impulsado por un poco de corriente que entra desde la ventana maltrecha es capaz de cercenar por el cuello la cabeza de un excursionista alemán borracho en su primera visita a un hotel de la Costa del Sol española cuando, ebrio de felicidad después de un día perfecto de paella, sol, playa y chiringuito, no encuentra otra cosa mejor para terminar el día que ponerse a pegar saltos sobre la cama individual de su habitación en-suite en el mencionado establecimiento hotelero.   Esa. La energía que desprende tu cuerpo en viaje a la cama.

Carpintería metálica

Dichosos aquellos que se despiertan el fin de semana con la energía suficiente para tirar de la persiana del piso de arriba, o del de al lado como si estuvieran dando la salida a una carrera de coches trucados en alguna avenida infrautilizada del extrarradio. Dichosos ellos, que disfruten de su sábado y su domingo de carreras. Nosotros, después de odiarlos un momento, volveremos al reino de los sueños y te prometo que nadie nadie nadie va a tocar esa persiana (que da a tu patio) hasta que no nos acribille el mediodía.

Gajos del oficio

Me gustaría ser un escritor de esos que despiertan más allá de las nueve, y preparan con calma un zumo de naranja y luego un bollo untado con mantequilla y sal y quizá un poco de mermelada, y con ellos colonizan su propio salón, virgen desde la noche anterior, ven las noticias hasta las diez y después escriben con gafas de sol, porque el sol se les cuela por la ventana, unos versos extraordinariamente tristes. Sí, uno de esos que ya, a estas alturas, casi no existen. Me gustaría, por probar, un día o dos, quizá. Ahora escribo por las noches, y también algunas mañanas en las que despierto pronto. Antes de trabajar, con el mismo zumo de naranja pero peor exprimido, y el primer pedazo de bollería industrial que me ha ofrecido Mercadona. Frente a mi patio interior, que es simplemente de luces, sin diminutivos, me pongo las gafas de sombra para ver si así puedo entrar al poema un poco de sol. Y trato de escribir los versos más tristes también. C...

H & N

Existe un momento de la tarde, casi a las alturas de la merienda, en el que nos instalamos en el silencio total. Tú tienes el estudio pesado, y parece que se te hubiera sentado un buda en las páginas, tan pacífico y a la vez tan gordo que no te permitiera seguir pasando, que ni siquiera te dejase hacer el movimiento de la mano hasta la punta del papel para levantarla. Yo llevo con las piernas cruzadas tanto tiempo que nací indio, y hace también un rato que mi ordenador no emite sonido alguno y que ni siquiera le doy a las teclas el ritmo tartamudo perdido, al estilo ametralladora, de lo que yo llamo inspiración y tú llamas por su nombre. Ni siquiera el patio nos interferencia entonces. Y parece ese el momento que sucede a una explosión nuclear, cuando todas las alarmas han sido destruidas por la radiación, y los columpios han parado y los edificios que han aguantado en pie no se atreven ni a estremecerse por miedo a perder las ventanas y las puertas ...

Desayuno continental

Te harás mayor un día de estos y estos poemas que ahora nos parecen los poemas con las letras más grandes de la Tierra pasarán a decir cosas pequeñas, como todas aquellas que se dejaron lejos, y por la perspectiva parecen simplemente puntos con los que jugar en el tapiz del horizonte a unir la errática historia de nuestro pasado, juntos o dormidos, despiertos o exaltados, tranquilos o completamente borrachos. Desayuno continental el día de tu vigésimo quinto cumpleaños. No hemos ahorrado lo suficiente para pagar el buffet completo de este hotel, y tenemos suficiente prisa por llegar a tu examen. Te harás mayor un día de aquellos, justo en el momento en el que el mundo decida irse a la mierda. Estás cogiendo hechuras de estrella de cine, con tu revista y tu bata y esa manera de buscar en el salón los rayos de sol que hacen que te brille la taza al acercártela a los labios y me olvide de que el café es la segunda marca más barata del supermercado. ...