Aplauso
Hace tanto que nuestras manos no aplauden que nuestro cuerpo se ha desacostumbrado. Y sin embargo en estos días cargados en la estratosfera con el peso que tendría el cielo si todos los ángeles fueran obesos, tenemos más razones que nunca para hacerlo. Pienso en ello mientras vamos quitándonos la ropa en silencio, pelándonos poco a poco. Hasta llegar a la raíz. Afuera el patio interior de lucecitas que se hizo famoso por su desayuno continental no deja pasar la sangre que mana de la herida de este país, así que en esta noche reseca tu piel y mi dermatítica cobertura resisten ligeramente el impulso de nuestras manos, esas mismas que decía en el primer verso. Por fin terminamos, y después del esfuerzo de desnudarnos nos miramos en silencio nuclear, también de nuevo. Estamos vivos. Vivos. Aplauso.